miércoles, 30 de septiembre de 2009

Bigott - Fin


Incluyo la crítica de The Wild Child, en www.revistadiscobolo.com

Permítanme que empiece esta reseña por el final y trate de encontrar ese adjetivo que resuma lo que supone para mí el descubrimiento de este grupo de encantadores automarginados; que se sepa desde el principio: ¿desconcertante?, ¿inaudito?, ¿paranormal? La suma de todos y ninguno, podría decirse, porque este Bigott es lo más extraño y fascinante que he escuchado en mucho tiempo, tanto que incluso mientras tecleo no sé cómo voy a arreglármelas para describirlo. Acaso lo mejor sea, bien pensado, renunciar al recurrido listado de referentes o influencias más o menos inexactos porque, si ya con otros el intento puede resultar bastante arduo y confuso, con Borja Laudo -el barbudo semejante a un Gran Lebowski en Bora Bora que se esconde tras el nombre de Bigott- puede adquirir matices de kamikaze borracho. Además, no hay que dar pistas. Si no lo conocen, el hallazgo debe parecer casual y tendrá mucho más efecto, como quien da un paseo dominical por el extrarradio y se encuentra de pronto con un ovni junto a un lago y un divertido grupo de marcianos de colores tomando el sol en colchonetas de plástico.

El señor Laudo es maño, de Zaragoza para más señas, pero canta en inglés, “porque así no entiendo las tontadas que digo”, comenta con sorna, porque cómo no las va a entender. De hecho las letras son uno de los puntos fuertes de sus discos –ya lleva tres, a cuál más original: That sentimental sandwich y What a lovely day today-, de los que destaca su sentido del humor, el despliegue imaginativo para titular las canciones (”Kinky merengue”, “Afrodita carambolo”, “She is my man”, por poner unos ejemplos), y, cómo decirlo, la sana humildad de quien compone para divertirse, para pasarlo bien, y no para lloriquear con impostada melancolía los sinsabores de la vida diaria, o para reivindicar los derechos de una comunidad supuestamente aplastada por el Estado. Laudo es un rara avis en el mundo de la música, una especie que habría que proteger o reproducir en cautividad. Huye de las obligaciones promocionales, sueña con poder comprarse una casa en el mar y no espera nada de la música, como él mismo reconoce: “No busco nada, ni en la música ni en ninguna otra parte. Lo que hago no sirve para nada en particular, lo hago porque me siento bien haciéndolo. Si además se sacan unas perricas, mejor que mejor. El dinero también me sienta bien”. Su día a día consiste en “dar paseos, ver películas, churrar, amar, tomar el sol en la Plaza del Pilar, cocinar para mi amor, y cuando me queda tiempo en medio de todo este estrés, saco la guitarra un rato”. Precisamente a su amor le dedica una de las mejores canciones del disco, para mi gusto, ésa en que la voz profunda y grave de Borja suena más frágil que nunca, “Oh Clarin”, pero es que, claro, quién no ha sentido flojear sus miembros mientras intentaba consolar a su pareja bajo la aparentada seguridad en sí mismo.


A la saca!

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